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Una a una
relamo las palabras
que no te soportan
y se suicidan de tu boca
hasta los pies.
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Pies
que infunden terror
en mis venas
cuando se acercan
y yo los beso
desesperada
una
y otra vez.
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Y otra vez
saco brillo a tu sombra,
de rodillas,
agazapada,
del revés.
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Del revés
se quedó el mundo
cuando
tus risas
me hicieron creerte,
cuando te dije sí.
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Así
se quedó.
Así sigue.
Ya ves.
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Llaves
que me encierran
y que abren las cicatrices
de cada dosis de dolor
desde que sentí ser tu heroína
siendo sólo
un envés de tu
propio yo.
Qué tonta fui.
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Fui tonta
porque me di entera
y ya no me encuentro.
Tonta
porque caí enferma
de ti,
por ti.
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Y por ti,
ahora,
los oídos me sangran
y me manchan
las camisas
que recién plancho.
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Como cuando plancho
mis ojos
para secarlos
y doblaros
en el cajón de mis latidos
sin hacer ruido al cerrarlo
por si despiertas.
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Como cuando me despiertas
y con puñetazos
me abandonas a las puertas.
Y me dejas seca.
Sin sangre.
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Porque la sangre
es roja
pero morada
cuando se coagula
y se seca,
la bolsa, a veces, hueca
como tu voz sin eco
en mis sienes grises
que ven oscuro contigo
el ahora.
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Ahora,
que ya no pueden bailar niños
en mi útero
y no sé qué es ser mujer.
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Pero mujer se nace.
Se es.
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Y antes que ser la tuya
prefiero
morir.
De sed.
Por ser.